Un señor elegante pasaba sus días enfrente de la catedral. Siempre usaba un clavel rojo. El señor decía piropos a las señoras porque le gustaba ver sus sonrisas. Un día vio pasar una mujer muy bonita y le dijo su mejor piropo. La señora no se sonrió y el señor se sintió horrible.
Desde ese día, el señor no volvió a la catedral. Poco después de su desaparición, floreció un jardín de claveles rojos. Cuando pasó por las flores, la mujer las vio ¡y finalmente se sonrió!